Para este primer Cuento para el Verano, sigo recuperando Antiguallas.
Estamos en los alrededores del año 92. Empezábamos, en mi hospital, a atender los transplantes hepáticos. Un sacrificado cirujano estuvo varios meses en hospitales extranjeros aprendiendo las técnicas necesarias. Le escribimos una carta que pretendía acompañar su soledad en aquellos lejanos paises. Aquí la tienen.
El Hombre de Pittsburg
Últimas investigaciones realizadas por científicos de gran autoridad en el terreno de la Arqueología y de la Historia Comparada, han llegado a la conclusión de que Dios no creó el mundo, sino que lo que creó fue Pittsburg. Una bella ciudad en el continente americano donde le desbordó la creatividad.
En menos de 7 días creó todo lo que le vino a la cabeza y la guinda fue le hombre inteligente (el homus de Pittsburg), que nada más despertarse le dijo a Dios:
-Padre supremo, voy a crear una Universidad.
Y dicho y hecho: aulas, campus, laboratorios de investigación... La empresa fue ardua y dificultosa, pero nada se le resistía al empeño del hombre de Pittsburg.
Dios, cansado de su obra, fue al paraiso a dormir. A la vuelta se encontró la Universidad ya terminada y buscó al artífice de tan bella obra. Y lo encontró. Y la sorpresa fue grande.
Se hallaba cerca de un río pensativo con las lágrimas saltadas y tirando piedras al agua.
Dios lo vió tan triste que se apiadó de él.
-Padre Supremo, ya tengo la Universidad. Todo está acabado. Pero no tengo objeto de estudio. Necesito de tu ayuda inestimable.
Dios se alejó pensativo. Y compasivo y magnánimo tuvo un momento de inspiración y creó al marranillo y le se lo ofreció al solitario humano y le dijo:
-Hombre de Pittsburg, aquí tienes a tu compañero.
Convencido del resultado feliz de su última creación, Dios creyó conveniente dejar al hombre de Pittsburg sólo y se dedicó a explorar la totalidad de su obra. Día a día fue sorprendiéndose de la belleza de lo que iba encontrando, hasta que llegó en sus andares a una región dónde se quedó tan prendado que decidió quedarse.
Cerca de dos colinas entre las que pasaba un río, las vistas de una sierra cubierta de nieve, le invitó a duplicar su acto creativo y allí nació el nuevo hombre (homus serranus de Granada) y al que, para que no tuviera el mismo problema que su compañero, le dejó el marranillo al lado.
Dios es sabio y, por lo tanto, discreto y respetuoso, por lo que dejó sólo al nuevo hombre para que desarrollara, sin ningún tipo de limitación, las ideas que fuera generando.
Pasado un tiempo, Dios se acercó a Pittsburg a hacerle una visista al hombre inteligente creado por él. Su alegría fue inmensa y ese día se dedicaron a visitar todos los Departamentos de la Universidad y el hombre puso al día a Dios del descubrimiento más grande que jamás hubiese sospechado.
-Padre Supremo, he inventado el transplante.
Los cerdos estaban felices en sus jaulas termorragulables, la comida siempre dispuesta. Antes de realizar la experiencia, se les dormía para evitar el sufrimiento, y ya había lechoncillos nietos de los primeros supervivientes de los transplantes.
Tan sorprendido quedó Dios de tal obra que surgió en Él un gran interés por saber lo que estaría haciendo el hombre serrano de Granada. Y rápidamente viajó hasta las faldas de la Nevada Sierra para encontrarse con él.
Cuando llegó a las colinas del río vió al hombre descansando y preparado para comenzar un sencillo banquete. El olor era agradable y Dios se sentó con el hombre para iniciar una placentera conversación.
-Hijo mío, que has hecho durante este tiempo.
-Padre Supremo - le contestó el homus serranus de Granada - he inventado el Jamón - y una gran sonrisa llenó su cara.
Dios intentó que el hombre de Pittsburg transmitiera sus conocimientos al hombre serrano y puso en contacto a los dos y estuvieron juntos durante semanas y semanas. De esa unión salió un incunable que aún hoy se puede ojear en alguna casa escondida de la Alpujarra:
Estamos en los alrededores del año 92. Empezábamos, en mi hospital, a atender los transplantes hepáticos. Un sacrificado cirujano estuvo varios meses en hospitales extranjeros aprendiendo las técnicas necesarias. Le escribimos una carta que pretendía acompañar su soledad en aquellos lejanos paises. Aquí la tienen.
El Hombre de Pittsburg
Últimas investigaciones realizadas por científicos de gran autoridad en el terreno de la Arqueología y de la Historia Comparada, han llegado a la conclusión de que Dios no creó el mundo, sino que lo que creó fue Pittsburg. Una bella ciudad en el continente americano donde le desbordó la creatividad.
En menos de 7 días creó todo lo que le vino a la cabeza y la guinda fue le hombre inteligente (el homus de Pittsburg), que nada más despertarse le dijo a Dios:
-Padre supremo, voy a crear una Universidad.
Y dicho y hecho: aulas, campus, laboratorios de investigación... La empresa fue ardua y dificultosa, pero nada se le resistía al empeño del hombre de Pittsburg.
Dios, cansado de su obra, fue al paraiso a dormir. A la vuelta se encontró la Universidad ya terminada y buscó al artífice de tan bella obra. Y lo encontró. Y la sorpresa fue grande.
Se hallaba cerca de un río pensativo con las lágrimas saltadas y tirando piedras al agua.
Dios lo vió tan triste que se apiadó de él.
-Padre Supremo, ya tengo la Universidad. Todo está acabado. Pero no tengo objeto de estudio. Necesito de tu ayuda inestimable.
Dios se alejó pensativo. Y compasivo y magnánimo tuvo un momento de inspiración y creó al marranillo y le se lo ofreció al solitario humano y le dijo:
-Hombre de Pittsburg, aquí tienes a tu compañero.
Convencido del resultado feliz de su última creación, Dios creyó conveniente dejar al hombre de Pittsburg sólo y se dedicó a explorar la totalidad de su obra. Día a día fue sorprendiéndose de la belleza de lo que iba encontrando, hasta que llegó en sus andares a una región dónde se quedó tan prendado que decidió quedarse.
Cerca de dos colinas entre las que pasaba un río, las vistas de una sierra cubierta de nieve, le invitó a duplicar su acto creativo y allí nació el nuevo hombre (homus serranus de Granada) y al que, para que no tuviera el mismo problema que su compañero, le dejó el marranillo al lado.
Dios es sabio y, por lo tanto, discreto y respetuoso, por lo que dejó sólo al nuevo hombre para que desarrollara, sin ningún tipo de limitación, las ideas que fuera generando.
Pasado un tiempo, Dios se acercó a Pittsburg a hacerle una visista al hombre inteligente creado por él. Su alegría fue inmensa y ese día se dedicaron a visitar todos los Departamentos de la Universidad y el hombre puso al día a Dios del descubrimiento más grande que jamás hubiese sospechado.
-Padre Supremo, he inventado el transplante.
Los cerdos estaban felices en sus jaulas termorragulables, la comida siempre dispuesta. Antes de realizar la experiencia, se les dormía para evitar el sufrimiento, y ya había lechoncillos nietos de los primeros supervivientes de los transplantes.
Tan sorprendido quedó Dios de tal obra que surgió en Él un gran interés por saber lo que estaría haciendo el hombre serrano de Granada. Y rápidamente viajó hasta las faldas de la Nevada Sierra para encontrarse con él.
Cuando llegó a las colinas del río vió al hombre descansando y preparado para comenzar un sencillo banquete. El olor era agradable y Dios se sentó con el hombre para iniciar una placentera conversación.
-Hijo mío, que has hecho durante este tiempo.
-Padre Supremo - le contestó el homus serranus de Granada - he inventado el Jamón - y una gran sonrisa llenó su cara.
Dios intentó que el hombre de Pittsburg transmitiera sus conocimientos al hombre serrano y puso en contacto a los dos y estuvieron juntos durante semanas y semanas. De esa unión salió un incunable que aún hoy se puede ojear en alguna casa escondida de la Alpujarra:
"El Manual del Marranillo"
o
"De la Matanza al Transplante, como quedarse con el Cante".
1 comentario:
La alpujarra, esa gran desconocida juajuajua.
¿Quién inventó la caballa con piriñaca?
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