miércoles, 27 de enero de 2010

Grandes Maestros: Don Antonio del Campo Iglesias


Humphrey Bogart de anestesista, pero extremeño recriado en gallego y con mucho salero. Tan elegante como él y con tan buena presencia. Y con una sonrisa que no abandonaba nunca su cara.
Imitarlo en su porte es bastante fácil: Coja un cigarrillo en la mano, enciéndalo, deje caer la mano hacia abajo dándole un giro glamuroso y sonría. Compartir su talante sí que es mucho más difícil. Sólo si un ángel te sobrevuela contínuamente podrás creer que quizá llegues a ser un intento de boceto suyo.
Hay personas que necesitan años para hacerse buena gente y hay otros que lo son todas las horas del día.

Me gustaría haber sido residente de Antonio en sus buenos tiempos, cuando cogía el éter y los bártulos de anestesia y lo subía encima de los serones para dar anestesias bajo la lluvia y sobre el burro que lo llevaba por las parroquias de su Galicia adoptada.
De esos días aprendería los conjuros y la existencia de meigas.
Los conjuros los tuvimos que utilizar algunas veces en quirófano para las prótesis de cadera. Cuando una intervención se torcía y empezaba a durar más de la cuenta, hacíamos velas con el cemento de las prótesis en el quirófano y construíamos un altarcito para que los duendes iluminaran a los cirujanos y los llevaran por el buen camino. Unos cuantos rezos, unas cuantas oraciones y unas pocas de risas, devolvían el buen ambiente a quirófano y lograba hacer retornar la ciencia y los buenos haceres para que acabara bien, aquello que se estaba torciendo.
Y que las meigas existen es verdad. Yo no las he visto nunca, pero muchas veces he notado su presencia. Te estudias bien un paciente. Le haces la técnica que crees más adecuada. Preparas todo y pones el máximo interés. Y es el que peor sale. Lo quieres arreglar y nada. Planteas una alternativa y nada. Y cuando a ellas le parece, cuando se han reído de tí hasta que tú acabas llorando, es entonces y sólo entonces, cuando todo se transparenta, todo se limpia, todo se arregla. ¿Qué ha estado ocurriendo?. Que ha pasado una meiga, que tenía ganas de juerga y que te ha puesto a prueba. Y cuando ella ha creído que has dado la talla, entonces y sólo entonces, se larga. Pero, cuidado, tienes que estar a la altura.
Tengo una deuda con Antonio. Algún fin de semana me iba a Cádiz y volvía el domingo. Como la comida del hospital no era muy buena y algo hay que comer, organizó que trajera unos pocos de mariscos para apañar una cenita en la guardia. Al enterarse los compañeros, se amplió el escote. Tuve que traer unos doce kilos de marisco en el sillón de atrás de mi vespa. Y en llegando al hospital y al hacerle entrega del cargamento, me lo llamaron de su casa que había que atender una urgencia y que tuvo que cambiar la guardia. Las lágrimas le llegaban hasta la cintura despidiéndose de sus compañeros. Nunca se ha visto a un médico tan apenado por tener que abandonar una Guardia. Desde entonces, cada vez que me veía, ponía falsa cara de pena y me decía: "¡Qué buena pinta las gambas!".
Así que, cuando San Pedro me llame, en la zona de fumadores del cielo, te descubriré en la distancia, sentado sobre una nube con una copa de Magno en la mano y leyendo el Ideal ("el periódico más leído en Granada, pero no la marca de periódico, sino el mío, el ejemplar que yo compro cada mañana y se lee todo el hospital") y nos comeremos un platito de marisco que te llevaré para tí.
Don Antonio, un Gran Maestro.

4 comentarios:

Sophie dijo...

Me encantan las historias que cuentas, Miguel Ángel, tanta sencillez y tanta pasión es difícil de encontrar. ¿Probó ese hombre las tortillitas de camarones de verdad, de las que se te caen los lagrimones y acompañas de una buena cervecita bien fría? Eso sí que es placer de dioses ;)

Dr. Maño. dijo...

Muy bueno... como todo lo escrito.

Creo que también sería de longaniza y jamón de Teruel, me da que Don Antonio era de buen yantar.

MiAnestesista dijo...

Yo sólo probé las tortillitas de camarones en la calle cuando mi madre dejó de hacerlas, todavía busco un sitio dónde le lleguen a la suela de los zapatos. Mi hermano Juan y yo podíamos comernos un plato entero en menos de lo que se tardaba en hacerlas. Creo que nunca había más de 4 ó 5 en el plato juntas, no dejábamos que se nos acumulara el trabajo. Un auténtico regalo de dioses. Por aquellos tiempo no se me ocurría comprarlas. Seguro que habrán puesto a mi madre a hacer tortillitas junto a San Pedro y ella le robará algunas para los que esperan en el Purgatorio, porque siempre trataba de hacerle la vida más agradable a los que lo pasaban mal.
Miguel Ángel: lo que más dominaba Don Antonio era la sobremesa. Horas y horas te podías pasar riendo. La entrada me quedó muy corta porque tendríamos mucha tela que cortar si quisieríamos definir completamente a Don Antonio del Campo. Dos detalles nada más:
Un anestesista del que ningún cirujano habla mal.
Un Jefe de Sección que no tuvo que dar ninguna orden en los casi veinte años que coordinó el Servicio de Traumatología del Virgen de las Nieves. Tenía un secreto: todo lo que mandaba era fácil de cumplir. No podías negarte nunca.
Si sus compañeros (anestesistas y cirujanos) leen la entrada y quieren contar anécdotas, no acabarían nunca. Y todas buenas.

Unknown dijo...

Qué alegría descubrir este blog!!!! Antonio era el padre de mi mejor amiga, María Isabel del Campo. Réplica de su padre, lo único que no es anestesista. Quizá porque cuando nos metíamos con su padre, valorando esta profesión tan arriesgada, le decíamos de broma "¿a cuántos te has cargado hoy?".
Y si que tenemos más de una anécdota en nuestra historias de vida, que nos hacen emocionarnos al recordar lo buena persona que fue siempre Antonio del Campo. Gracias por esta entrada. Arantxa Gallego

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