martes, 16 de febrero de 2010

La SGAE, las mujeres públicas y las bibliotecas públicas.


En mi pueblo hicieron una biblioteca pública en mi adolescencia. Caminando por las calles encaladas y llenas de sol, encontramos un cartel que anunciaba que en un bajo cerca del Barrio de Madariaga, iban a instalar, por fín, el tan deseado refugio de lecturas y lectores. Un poeta Isleño fue el encargado de custodiar los libros. Con sus gafas oscuras y su tristeza en los ojos, se pasaba horas y horas clasificando libros y emborronando hojas.
Aunque era de natural reservado, llegamos a hacer cierta intimidad con él y sacamos alguna sonrisa de su boca. Con un interés común en la lectura, iba conduciéndonos por la inmensa selva de la literatura.
Años de libertad, de incertidumbre, los libros nos sirvieron para quitar legañas de los ojos, para abrir fronteras a nuestras entreabiertas ventanas y poner brillo a nuestras inocentes miradas. La hemeroteca se fue abriendo a revistas prohibidas y pudimos conocer Triunfo en el rincón iluminado del fondo, cerca del patio lleno de macetas.

En aquellos tiempos, algún que otro compañero gastaba su dinero en intentar ciertos escarceos en calles escondidas. Un dinero perdido.
Mujeres que requerían de tus riquezas para ofrecerte humo e ilusiones momentáneas. Placeres muy distintos de los que se encuentran delante de un buen libro o delante de un amor verdadero.
Entrar en la sala de lectura, con un carnet por bandera, te abría paso a aventuras, a paises lejanos, a conversaciones con personajes ilustres. Hoy podías hablar con Cervantes, mañana con Galdós, pasado con Alejandro Dumas, el fin de semana con Dickens. Podías pasarte unas vacaciones de Navidad de la mano de Edgard Allan Poe, de Dostoievski, Borges, Mary Shelley o Pablo Neruda. Y todo gratis.
Hoy, me he enterado que la SGAE quiere pasar factura. Quiere poner un diezmo. Quiere sentar a un empleado en cada biblioteca, pero no para que disfrute de la lectura, sino para ir recaudando 20 céntimos a cada niño que quiera acceder a los cuentos de Tin Tin o de Asterix, al joven enamorado que quiera copiar los versos de Becquer, al solitario que pasa las noches viviendo su Isla del Tesoro o su Odisea del espacio o a la abuelita que se siente Cleopatra y quiere revivir los amores con Marco Antonio y Julio César.
Hoy, me ha parecido que las calles de mi San Fernando natal se llenaban de recaudadores que robaban el dinero de los candidatos a lectores, aprovechándose de los sueños inventados por los grandes maestros, para desviarlos a vicios llenos de humos, de ilusiones momentáneas, de placeres muy distintos de los que se encuentran delante de un buen libro o delante de un amor verdadero
P.D.: Gracias a Berni, que me ha mandado un correo para darme la desgraciada noticia y las ganas de que todos se enteren.

2 comentarios:

BlackZack dijo...

Yo es que cada día me despierto con una gotita más de asco hacia la SGAE.

Dr. Maño. dijo...

Pero esta gente no tiene límite, no les llena su gilipollería, no tienen hartazgo con estas tonterías.
Amosnojodas... cobrar por coger un libro en una biblioteca pública.
Nos han de coser los párpados y poner silicona en los oídos para que no veamos ni escuchemos... es más, el día que se den cuenta de que el aire es Obra de Dios nos cobran por respirar.

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