domingo, 8 de noviembre de 2009

Grandes Maestros: Antonio Lucas


Un niño metido a ser anestesista. Un niño que pretende ser malo, que pretende ser rebelde, que quiere poner malas caras, pero que no sabe, que tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Un adjunto que te quitaba el busca en las guardias para que tú descansaras y que cuando tú te acostabas y le quitabas el busca sin que se diera cuenta, veías al día siguiente un papel al lado de mensáfono que decía: "Esta noche el busca no funciona, llamen directamente a la habitación del Dr Lucas". Un señor mayor que estaba a punto de jubilarse y que estudiaba. Que trataba de incorporarse a las nuevas técnicas, pero que te enseñaba que no se puede dejar la responsabilidad de la vigilancia del paciente a ninguna máquina. Dos anécdotas.

Primera: En algún momento de una intervención te preguntaba: "¿Cómo está el paciente?". Tú te volvías y mirabas el EKG: "Bien de frecuencia, sin alteraciones en el ritmo"-pensabas. Miraba las tomas de tensión "Bien de tensiones, no hay alteraciones hemodinámicas importantes"-pensabas. Mirabas el respirador: "Parámetros adecuados, no hay aumento de presiones excesivas, buena espirometría"-pensabas. Mirabas hacia él y decías: "Bien, todo correcto". Él empezaba entonces a pegar saltitos delante de los monitores, como si quisiera descubrir algo que estuviera oculto detrás de ellos: "¿Es que hay otro paciente aquí detrás?"-te preguntaba. "No Antonio, como me has preguntado cómo estaba el paciente...".
Y entonces te cogía del brazo y te señalaba: "¡Éste paciente, éste paciente!". "Al paciente hay que verlo, tocarlo, mirarlo... Sacas más información viendo al paciente que todo lo que puedas descubrir en aparatos". Entonces te explicaba toda la información que podía sacar de una mano: mirándola (color, relleno venoso), tocándola (temperatura, correlación hemodinámica), palpándola (pulso, relajación) y seguía, seguía, seguía sacando datos.

Segunda: Un día estábamos en una cesárea con anestesia general. Yo a la cabecera de la paciente cuidando de ella. Él al otro lado del quirófano, atareado con su artrosis. La preparo, la anestesio, la intubo y empieza la cirugía. Veo que Antonio se levanta rápido, parecía que, de pronto, por un milagro del Señor, se le hábía curado toda la artrosis. Corrió hacia mí. "¡Rápido, cambiale el tubo!". ¿Porqué, Antonio?" "¿No lo oyes?, ¡está fugando!". Yo no oía nada, pero era verdad que la espirometría estaba bajando (entonces no había pulsioxímetros, ni alarmas sensibles a la fuga en todos los quirófano). Quité el tubo color butano y puse otro. Al tratar de inflar el primero, vimos que tenía una fisura en el globo.
Antonio volvió con su artrosis a su sillita al otro lado del quirófano. Yo ¿vigilando? a la paciente, a su cabecera. Antonio vigilándono a los dos.
Con Antonio se aprendía que los médicos debíamos ser personas. Un Gran Maestro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Geniales historias las de Antonio.

MiAnestesista dijo...

No sé si él me dejará contar más cosas, pero lo mejor de Antonio es él mismo. Está lleno de anécdotas, y todas de una humanidad increible.

grasiete dijo...

Oye Miguel ÁP........... Pero que maravilla .... se nota que Antonio es un amante de su trabajo que sentido común tan desarrollado .... mil detalles de humanidad con aromas de anestesia .....

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