miércoles, 25 de noviembre de 2009

¡Vaya ruido! ¿Cerramos las ventanas o los mandamos a callar?


Algunas noches son preciosas. Yo vivía en un piso, en una urbanización, en que desde mi cama podía ver las estrellas. Y alguna madrugada la luna aparecía por la esquina de la ventana del dormitorio. Debajo de esa ventana, en el patio central de la urbanización, donde estaban los jardines y la piscina, había una fuente. En Granada el agua te invita a soñar. Me podía sentir el único descendiente de la dinastía Nazarí en el Patio de la Alberca disfrutando del perfume de azahar de los Jardines de la Alhambra (así, sin comas, diciéndolo en un suspiro).
Hasta que un día, al hijo de un vecino, se le puso el alma romántica y quiso ponerse a la altura de la noche, aprendiendo a tocar la guitarra.

Yo siempre he sido paciente con la docencia y esperaba, día a día, que el novel pudiera acompañar la belleza de la noche con la armonía adecuada. Creo que así estuvimos, con muchísima paciencia, todos los vecinos durante las primeras noches de ese mes de Agosto. Y lo malo no fue el comprobar, todos los días, que no había arpegios, que no había armonía, que no había duende. Lo malo fue que, pasado el tiempo de tolerancia, todos los días, a la misma hora, todos los vecinos se pusieron de acuerdo para hacerle entender al concertista que había equivocado su vocación. Volaban los insultos, las imprecaciones y los cubos de agua. No recuerdo a nadie que defendiera al pobre chaval. Así estuvimos varias noches. Mi Carmen y yo cerrando las ventanas, poniendo música, elevando el volumen de la tele y echando de menos las Noches en los Jardines de la Alhambra. Hasta que, en medio del griterío acostumbrado y en medio, también, de la clase nocturna de guitarras se escuchó un grito que pareció surgir de ultratumba:

- "¡¡¡¡CAAAAALLEEEEEENSÉ!!!"

Al aullido siguió un silencio tan intenso, que todos los vecinos, sin hacer ruido fuimos asomándonos a las terrazas y ventanas, mirándonos extrañados. Comprobamos, entonces, que, el que nunca llegaría a ser Tomatito, cogía su guitarra y a su amigo y levantando el brazo con rabia y agachando la cabeza humillado, se despedía de su público para siempre.
En una ventana alguien empezó a aplaudir, y uno a uno todos los vecinos nos sumamos al aplauso. En la distancia, quiero creer que alguien gritaba: "¡Bravo, Bravo!", y en el momento de entrar a los soportales que daban a la salida, los artistas dedicaron besos y más besos a su entregado público. No creo que ni Alfredo Kraus tuviera un aplauso tan sentido en el Patio del Palacio de Carlos V en los Festivales Musicales de Granada.
Las noches recuperaron su encanto, desde entonces, hasta que,llegando el deslumbrante otoño, se fue acabando el romántico verano granadino.

Y esto viene a cuento, porque esta anécdota la empleo muchas veces para explicar la diferencia en la percepción de las sensaciones dolorosas por parte de la corteza y algunos núcleos cerebrales en la anestesia general y en la anestesia locorregional (epidural, intradural, bloqueos).
El arsenal terapéutico que manejamos los anestesistas para domir al paciente, en realidad lo que hace es amortiguar las sensaciones, que a veces se hacen tan pequeñas que apenas dejan huella ("¿cerramos las ventanas?").
En cambio cuando realizamos un bloqueo nervioso central o periférico estamos impidiendo que llegue ningún estímulo ("¡¡¡¡CAAAAALLEEEEEENSÉ!!!").

Hoy en día muchos anestesistas suman las dos estrategias.

2 comentarios:

Ana Glez Duque dijo...

Como siempre, perfecta metáfora.

GangasMIR dijo...

Es preciosa la entrada, felicidades, os habéis juntado dos, que escribís con la cabeza y con el corazón, vaya par!!!

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