¿Cuántas historias no le habrán contado a Rosario delante de su quiosco? ¿Cuántas ilusiones no se habrán abierto delante de sus cansados ojos? Porque a un comprar un cupón va uno sintiéndote protagonista. Construyendo uno mismo una bella historia. Si me toca... Cuando me toque... Yo me conformaría...
Y Rosario habrá escuchado de estas, miles. Y, cuando alguien le pregunta, también es de las que cuenta historias. Como, cuando cansada de comprar el mismo número todos los días, se puso en huelga y ese día no compró.
Su vecina llegó apurada.
-Mira Rosario, que no me he traido dinero y que me quiero llevar el cupón de siempre.
-Pues yo me he cansado y hoy no compro.
-Si me lo dices para que no me lo lleve...
-No, bonica, que lo digo en serio. Toma tu número, que no veas que tengo ningún interés. Ya me lo pagarás mañana.
Y llegó el mañana y la vecina se acercó a buscarla y no paraba de darle besos y más besos y de llenarle el quiosco de gracias y más gracias. Y todo se quedó en eso. Porque hasta unas migas, que le prometió la vecina que le iba a invitar para celebrarlo, están todavía esperando el fogón dónde se cocine. La vecina cumplió religiosamente con pagarle el cupón del premio gordo una vez que lo cobró. Que no ha habido en Granada negocio más rentable. Y seguro que algún día caerán las migas. Que la gente aquí es bonachona. Y algo olvidadiza.
Pero Rosario llegó a mí como paciente. Y como paciente contó su historia. Y Rosario no olvida.
A Rosario la operaron con tres años. De vegetaciones. Tres añitos. Y todavía lo recuerda.
-Doctor, que yo estaba en brazos de mi madre. Que a mi madre la dejaron entrar a quirófano hasta donde no llega nadie. Y que yo lo pasé fatal. Que no se me quita de la cabeza. Que yo estaba asustada y agarrada a su cuello. Y que, sin darme explicaciones, el médico vino por detrás y me puso una mascarilla en la cara. Y que yo, desde entonces, no puedo permitir que nadie me ponga nada en la cara. Que a mí del cuello para abajo, lo que quieran. Pero no en la cara. Que no se me olvida. Como si estuviera ocurriendo ahora mismo.
Y Rosario y su marido se miran.
-Cuando iba a tener a mi niño, fue un parto muy dificil, que estuve con contracciones casi cuatro días y yo tengo la malage de que no echo la placenta. Después de todos los puntos que tuvieron que darme faltaba por salir la dichosa placenta. Y después de mucho esperar me dijeron que tenían que sacármela. Y me dijeron que tenían que dormirme. Y vino alguien y me puso una mascarilla en la cara. Y del manotazo que le dí, tuvieron que salir a buscarla.
El marido asiente.
-Yo creo que me quedé con un trauma. Si no puedo soportar ni cuando me hacen las radiografías esas que te meten en un tubo. Que parece que no puedo respirar. Me ahoga tener algo delante de la cara.
-Es verdad - dice el marido.
Y veo a Rosario, tan entera, tan fuerte, que ha superado tantas cosas en su vida en penumbras. Que sabe lo que es la ilusión. Que sabe lo que es entrever la luz en medio de las tinieblas. Y que sabe también lo que es que te quiten un poquito de ti y que te dejen, a cambio, un recuerdo que te dure toda la vida.
Y Rosario habrá escuchado de estas, miles. Y, cuando alguien le pregunta, también es de las que cuenta historias. Como, cuando cansada de comprar el mismo número todos los días, se puso en huelga y ese día no compró.
Su vecina llegó apurada.
-Mira Rosario, que no me he traido dinero y que me quiero llevar el cupón de siempre.
-Pues yo me he cansado y hoy no compro.
-Si me lo dices para que no me lo lleve...
-No, bonica, que lo digo en serio. Toma tu número, que no veas que tengo ningún interés. Ya me lo pagarás mañana.
Y llegó el mañana y la vecina se acercó a buscarla y no paraba de darle besos y más besos y de llenarle el quiosco de gracias y más gracias. Y todo se quedó en eso. Porque hasta unas migas, que le prometió la vecina que le iba a invitar para celebrarlo, están todavía esperando el fogón dónde se cocine. La vecina cumplió religiosamente con pagarle el cupón del premio gordo una vez que lo cobró. Que no ha habido en Granada negocio más rentable. Y seguro que algún día caerán las migas. Que la gente aquí es bonachona. Y algo olvidadiza.
Pero Rosario llegó a mí como paciente. Y como paciente contó su historia. Y Rosario no olvida.
A Rosario la operaron con tres años. De vegetaciones. Tres añitos. Y todavía lo recuerda.
-Doctor, que yo estaba en brazos de mi madre. Que a mi madre la dejaron entrar a quirófano hasta donde no llega nadie. Y que yo lo pasé fatal. Que no se me quita de la cabeza. Que yo estaba asustada y agarrada a su cuello. Y que, sin darme explicaciones, el médico vino por detrás y me puso una mascarilla en la cara. Y que yo, desde entonces, no puedo permitir que nadie me ponga nada en la cara. Que a mí del cuello para abajo, lo que quieran. Pero no en la cara. Que no se me olvida. Como si estuviera ocurriendo ahora mismo.
Y Rosario y su marido se miran.
-Cuando iba a tener a mi niño, fue un parto muy dificil, que estuve con contracciones casi cuatro días y yo tengo la malage de que no echo la placenta. Después de todos los puntos que tuvieron que darme faltaba por salir la dichosa placenta. Y después de mucho esperar me dijeron que tenían que sacármela. Y me dijeron que tenían que dormirme. Y vino alguien y me puso una mascarilla en la cara. Y del manotazo que le dí, tuvieron que salir a buscarla.
El marido asiente.
-Yo creo que me quedé con un trauma. Si no puedo soportar ni cuando me hacen las radiografías esas que te meten en un tubo. Que parece que no puedo respirar. Me ahoga tener algo delante de la cara.
-Es verdad - dice el marido.
Y veo a Rosario, tan entera, tan fuerte, que ha superado tantas cosas en su vida en penumbras. Que sabe lo que es la ilusión. Que sabe lo que es entrever la luz en medio de las tinieblas. Y que sabe también lo que es que te quiten un poquito de ti y que te dejen, a cambio, un recuerdo que te dure toda la vida.
3 comentarios:
Y es que antes las cosas se hacían así (yo tengo marcada a fuego mi amigdalectomía con anestesia en spray y un abrbocas para que no le mordiera al otorrino), ayúdale a Rosario como tu sabes. Un abrazo.
Yo todavía me acuerdo del pijama que llevaba el día que me hicieron la amigdalectomía en el Hosp. Obispo Polanco de Teruel.
También me acuerdo de la fuerza de celador que me sujetaba sobre sus rodillas: con sus pies inmovilizaba los míos, con una mano mis brazos y tronco y con la otra la cabeza....
Algo hemos aprendido en los últimos años... espero.
A mí me hicieron una amigdalectomía y sólo puedo decir que, salvo por el no comer, tengo mejor recuerdo de la operación que de cualquiera de mis "queridos" episodios de amigdalitis...¡al final el dolor post-operatorio no era tan malo como me lo pintaban! Que si eres adulto, que si duele mucho, que si te vas a acordar de por vida, que si es terrible....
¿La razón? La suerte de estar en manos de MiAnestesista.
Muy buenos los relatos de su blog, Dr. Palacio. Saludos.
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